«El reto en la desescalada es que el sufrimiento psicológico no se traduzca en patología mental»

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La vida de Juana se torció el día que se cruzó en su camino el coronavirus. La fecha que se contagió la tiene grabada a fuego: 9 de marzo de 2020. Sin saberlo, acababa de comprar el billete para una montaña rusa de achaques y padecimientos de la que aún no ha podido bajarse. Permaneció nueve días ingresada en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada, conectada a una máquina que bombeaba oxígeno a sus pulmones. Pero lo peor vino después de recibir el alta. Para esta granadina de 40 años, una mujer «risueña y positiva» antes de que comenzara la tortura pandémica, el Covid-19 ha sido una apisonadora. El ‘bicho’ le ha corroído la memoria, velado parte de

la visión, minado la autoestima y hecho perder su trabajo como directora comercial de una empresa de estética. Le ha arrebatado las ganas de vivir.

Juana se encerró en su casa y en sí misma. «Me ha afectado en todo. Me echaron del trabajo porque no podía concentrarme. Hablaba con clientes y minutos después no los recordaba. La ansiedad y la depresión son otras secuelas que me ha dejado el Covid-19. La gente no lo entiende, ni siquiera quienes están a mi alrededor me entienden. Ha cambiado mi vida, la forma de relacionarte. Te aíslas porque te da vergüenza decir lo que te pasa», cuenta Juana (nombre ficticio) con un hilo de voz que se ahoga en sollozos al otro lado del teléfono. «Mi amiga me dice ‘anímate’, pero no es tan fácil como darle a un botón para animarte. No puedes, no puedes. Hay días que no le veo salida a nada y pienso cosas feas. ¡Hasta qué punto puede hacerte daño la mente! Me recetaron Vortioxetina (un antidepresivo). Pero no consigo que me vea el neurólogo de la Seguridad Social. Necesito una solución. ¿Qué hago yo con 40 años así? Empiezo a tirar la toalla…» A ratos, enmudece durante unos segundos tratando de poner en orden sus pensamientos, esos que tanto le atormentan.

Sabe que su caso no es único, aunque no halle consuelo en el mal de muchos. La pandemia ha sido una bomba para la salud mental de millones de personas. El aislamiento físico, la soledad, el duelo de la muerte, el abismo laboral, las estrecheces económicas, han dejado un reguero de daños en la población en forma de estrés agudo, irritabilidad, ansiedad, deterioro cognitivo y sentimientos negativos.

Los expertos vaticinan que estos trastornos van a extenderse a medida que la economía se resienta y desaparezca el muro de contención de los ERTE. Los profesionales de Salud Mental ya están palpando de primera mano los estragos. Los casos atendidos por los psiquiatras y psicólogos del Servicio Andaluz de Salud (SAS), derivados por los médicos de cabecera, se han disparado desde el inicio de la crisis.

«Faltan aún estadísticas, pero en general atendemos un 30 por ciento más de personas con patologías de todo tipo. Hay casi una avalancha de casos nuevos en las urgencias, sobre todo debido al impacto económico, personas que han perdido su trabajo y han visto comprometida su forma de subsistencia. Eso tiene un impacto emocional muy fuerte en las familias», atestigua Jesús Thomas, jefe de Salud Mental del Hospital Universitario Clínico San Cecilio de Granada.

«¿Cuánto tiempo van a durar los daños emocionales? Es difícil saberlo. La pandemia no se ha acabado. Tampoco sabemos hasta dónde va a llegar la crisis económica, que se ha amortiguado con los ERTE y otras medidas de prevención. Somos una sociedad hedonista que se niega a unas realidades que esta crisis ha puesto de manifiesto y ha agravado», razona este psiquiatra. Thomas, sin embargo, se muestra «optimista» sobre la recuperación.

Desesperanza al teléfono

A falta de datos oficiales, el Teléfono de la Esperanza de Málaga funciona como un pulsómetro de la presión psicológica causada por el Covid-19. Ha sonado como nunca lo había hecho antes. «A través de la línea 952261500 en el año 2020 atendimos 5.000 llamadas más que en 2019 (un 60% más). En su mayoría nos contactaban mujeres de entre 40 a 60 años que viven solas, que tienen miedo a la enfermedad, y gente que se ha quedado sin trabajo, porque esta crisis ha sido un desastre en todos los sentidos», explica Julia Alonso, vicepresidenta de esta asociación en Málaga que lleva 50 años funcionando en 29 provincias. «Hemos notado un aumento de los intentos de suicidio, los maltratos entre convivientes y la soledad. Los escuchamos y ponemos en contacto con profesionales que los atienden voluntariamente», detalla.

La depresión y las tentativas suicidas se han acrecentado entre unos jóvenes desarmados que ven en el dolor autoinfligido una válvula de escape a su desesperación. Los médicos especialistas que trabajan en las urgencias de Salud Mental hablan de una explosión de casos. Están sorprendidos y preocupados. «En mi hospital los compañeros que hacen guardias atienden dos o tres urgencias diarias sobre tentativas suicidas o personas que se hacen daño y antes eso era raro. Están aumentando las consultas en los jóvenes», afirma Javier Romero, codirector del Plan Integral de Salud Mental en Andalucía y jefe de esta unidad especializada en el Hospital Virgen de la Victoria de Málaga.

Los adolescentes, los mayores y los niños (durante el confinamiento) son los eslabones más débiles de la crisis. Se ha comprobado que las pantallas y los dispositivos electrónicos no reemplazan la interacción social y la pandilla. Somos seres gregarios. «Estamos teniendo un incremento muy significativo de casos nuevos en jóvenes y un agravamiento de los que había. El grupo de amigos es importantísimo, es su primer medio de socialización. Esta pandemia ha hecho que esos vínculos se pierdan. La tecnología puede ser una vía rápida de comunicación, pero no sustituye a las relaciones personales directas», reflexiona el psiquiatra Jesús Thomas.

«Algunos chicos han perdido a sus abuelos o a sus padres y se han culpabilizado por ello. Esto se aborda mediante la escucha, el estudio y el apoyo emocional. El duelo es una reacción normal», declara este especialista.

Otros obstáculos son más difíciles de sortear y precisan apoyo profesional para que la ansiedad no se transforme en depresión. El aumento de las conductas suicidas ha puesto en alerta al SAS. Se ha creado con urgencia un grupo multidisciplinar integrado por psiquiatras, psicólogos, médicos especialistas de Salud Pública y asociaciones dedicadas a estos enfermos, con el objetivo de plantear medidas de prevención y refuerzo sanitario.

Samuel (nombre ficticio) no ha pensado en quitarse la vida, pero ha pasado también su particular quinario. «No me he contagiado del Covid, pero no podía respirar. He ido a otorrinos, digestivos, neurólogos, cardiólogos… Me han hecho mil pruebas. Tengo 35 informes distintos de especialistas, pero no me han sacado nada. Vas al médico y no te dicen qué tienes. Sientes que estás pegando palos al aire», se queja.

Este granadino de 40 años que se gana la vida organizando eventos está acostumbrado a subir empinadas cuestas como ciclista aficionado. Pero el ‘Tourmalet’ de la epidemia lo ha dejado sin resuello. Ha sido un muro infranqueable. «El 28 de junio de 2020, cuando estaba entrenando con la bici, tuve una crisis de ansiedad. Pensé que era un infarto. Me recetaron Lorazepam y Orfidal. Un mes me encontraba bien y al otro, hecho polvo. No tenía ganas de hacer nada. Aún no estoy al cien por cien. Pero al menos he podido desengancharme de las pastillas», relata. Sigue sin tener un diagnóstico. La única certeza es que el encierro domiciliario hizo mella en él. «Casi siempre he vivido solo, pero estar dos meses sin salir y escuchando noticias negativas me ha afectado mucho. Todavía me vienen pensamientos chungos. Tengo miedo a morir y a la enfermedad, cosas en las que antes no pensaba».

Prueba de estrés al sistema

Con los hospitales volcados en curar a los enfermos graves y la atención primaria desbordada, el acceso al sistema sanitario se complicó. Hubo que priorizar salvar vidas sobre todo lo demás. Las urgencias psiquiátricas funcionaron con suma dificultad y ganaron terreno las videoconsultas. La OMS advirtió en octubre de que se habían reducido a nivel mundial los dispositivos de Salud Mental justo cuando más necesarios eran. Y lo siguen siendo. La escucha actúa como un bálsamo frente al desamparo y la angustia.

El silencio y la vergüenza no ayudan a salir del hoyo. Al contrario, hunden más. Lo dice alguien que ha estado dentro. Fernando Carrasco Muñoz llevaba años buscando una explicación a sus bruscos cambios de humor. Hace 13 años por fin la encontró: tenía un trastorno bipolar. Su enfermedad y autocuidado emocional le han dado armas para encarar un suceso traumático como es la actual crisis.

Este sevillano de 39 años no ha empeorado –cuenta– porque ha sufrido brotes psicóticos que le han asustado más que el Covid e ingresos hospitalarios más prolongados que el confinamiento. «La pandemia ha supuesto cosas negativas, pero puede ofrecer una oportunidad de desestigmatizar la salud mental y prestarle la atención que merece», razona. Si algo han demostrado las sucesivas olas del virus es que somos seres frágiles y vulnerables, más de lo que imaginábamos. Pero incluso al final del túnel más largo se divisa una luz. Fernando da fe de que la ha visto.

Para saber más: https://sevilla.abc.es/andalucia/sevi-covid-andalucia-otra-pandemia-deja-coronavirus-disparan-consultas-y-urgencias-psiquiatricas-jovenes-202107032212_noticia.html

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