La salud mental en la red pública: el psicólogo de los 240 pacientes
Juan está contándonos que hoy ha visto varios casos de depresión, otros de ansiedad, una mujer cuidadora que está al límite, otra persona con una patología física que le arrastra el ánimo y hasta un hombre con un diagnóstico de esquizofrenia temprana, cuando algo llama su atención en el ordenador de la consulta.
– Disculpa… buff… un paciente acaba de entrar en Urgencias.
Entonces nos pide un momento y hace una llamada. No revela ante nosotros el nombre de la persona afectada y utiliza un código. Al otro lado, alguien queda en informar a Juan en cuanto se sepa qué pasa.
– ¿Es alguno de los pacientes que has visto hoy? – No, no. Es de hace más tiempo. Pero me gusta saber qué pasa con cada uno. Nos implicamos mucho con el paciente.
– ¿Cuánto tiempo les dedicas por sesión? – A los de primera visita, unos 45 minutos. Y a los que vienen a partir de la segunda, entre 30 y 40.
– ¿Y cuántos pacientes tienes? – Pues, entre la lista de espera de nuevos, que son aproximadamente tres semanas, y la de las revisiones, que es mes y medio… 240.
Un psicólogo y 240 pacientes. Un psicólogo y entre 30 y 45 minutos por consulta.
Un psicólogo y una sesión cada 21 o 45 días.
Bienvenidos a la Psicología Clínica en el Sistema Nacional de Salud, una terapia de espera.
Juan Antequera es psicólogo clínico, trabaja en la red pública madrileña y es miembro de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR), un colectivo implicado en el combate por la mejora de un sistema estatal y público con tan buenos profesionales como escasos, un entramado sanitario que hace imposible una sesión a la semana, que demora el ritmo terapéutico durante meses, que no incluye a la Psicología en la Atención Primaria, que enmascara los trastornos con pastillas y que tiene a España en los vagones de cola del imprescindible tren de la atención a la salud mental.
– Un compañero dice que nos preparan para correr en un Ferrari y nos dan un 600. Es estar capacitados para ir a la Luna y que te den una bici.
Quizá el cómo está arañado por el cuánto. Hace un mes, Civio, una fundación que vigila los servicios públicos, consultó a ministerios de Salud de 14 países y concluyó que la media europea de psicólogos por 100.000 habitantes es de 20, cerca de lo que pide la Ciencia. En el ático está Suecia: 58. En el sótano, España: 5,1.
Hace mucho tiempo que la gente sabe que ir al psicólogo de la Seguridad Social es aplazar los alivios, armarse de paciencia contra el dolor. Quizá por eso las consultas privadas están llenas, 60, 70 u 80 euros a la semana bien empleados para salvarse.
Más o menos lo que le ocurre a César M., un ingeniero de software madrileño que pasó por la consulta de la red pública y ahora está en la de la privada. «Soy hipocondríaco y con la pandemia me aislé. Pero sentía miedo, respiraba mal, me tomaba la temperatura… Fui al médico del centro de salud, me recetó pastillas y me buscó una cita para el psicólogo. La primera fue rápida, a las dos semanas. Pero la consulta duró 20 minutos. Sentí que el psicólogo tenía un tiempo muy limitado y quería darme una solución rápida. Cuando tecleó para la segunda cita arqueó las cejas como diciendo: ‘Vaya putada’. Estábamos en junio y la siguiente cita era para noviembre. Cinco meses. En la pública veo difícil curarse. O tienes una fuerza mental increíble o te pasas el día en Urgencias por crisis. Los psicólogos de la Seguridad Social son buenos pero tienen las manos atadas. Debe ser frustrante para ellos. Yo salí pensando que no podía esperar tanto, busqué una consulta privada y encontré la de Aminta Pedrosa. Trabajamos el origen de lo que me pasa, usamos pautas, ejercicios… Con ella estoy una hora y voy todas las semanas».
Sin embargo, no todo el mundo puede costearse un rescate.
Más o menos lo que le ocurre a Esther M., una guionista que compensa la baja frecuencia de las consultas con el vínculo creado con su psicólogo del sistema público, una conexión tan positiva que viaja de Logroño a Madrid cada mes y medio sólo para sentarse 40 minutos ante Juan Antequera. «Tengo un trastorno depresivo. La atención de Juan es maravillosa, pero lo ideal sería que me pudiera ver todas las semanas. Cuanta más frecuencia, más difícil es que descarriles. Él trabaja en la gestión de emociones y me da herramientas para la vida, y cada vez que salgo de la consulta estoy motivada. En una semana es más fácil mantener herramientas que en un mes y medio. El nivel de los profesionales de la pública es alto, pero el sistema les impide trabajar bien. La salud mental no debería dejarse en manos de lo privado. Se necesita una red pública gestionada por algo más que la oferta y la demanda».
Y un día lo que está en la calle salta al Congreso. Y un diputado, Íñigo Errejón, denuncia que muchas personas con síntomas de depresión o ansiedad (un 40%, según el Consejo General de la Psicología) soportan esta pandemia mental en soledad. «Si digo Valium, Lorazepam o Trankimazin, todos sabemos de qué estoy hablando, pero con un fármaco para el riñón o el hígado, no. ¿En qué momento hemos normalizado que para que nuestra sociedad funcione tenemos que vivir permanentemente medicados? Hay que doblar el número de psicólogos en la sanidad pública porque que alguien te acompañe cuando lo estás pasando fatal no puede ser un lujo para el que se lo puede pagar». Aquella inédita intervención del 17 de marzo fue saludada con la burla del popular Carmelo Romero: « ¡ Vete al médico ! ».
Estamos en el médico. En el psicólogo. En el psicólogo clínico. Hemos venido para que un profesional y sus pacientes cuenten qué es ir al psicólogo de la Seguridad Social, qué supone querer curar una brecha del ánimo en la atascada red sanitaria pública.
La consulta de Juan Antequera es un lugar luminoso y desnudo. Un aplicador de papel y un lavabo con gel desinfectante sustituyen a la caja de pañuelos con la que la psicología secaba las lágrimas de la pesadumbre antes del Covid.
Hoy han estado aquí 10 personas. – La pandemia es un factor más. Tengo pacientes cerca del desahucio y las colas del hambre. Si tienes que comer no hay terapia posible. Y si la hay, en la pública tenemos más dificultades, sobre todo por el tiempo.
El tiempo… Las guías de la Psicología Clínica recomiendan una sesión a la semana durante tres meses. Pero a Juan Antequera le salen otras cuentas: «Aquí vemos a los pacientes una vez al mes, por lo que 12 sesiones no son tres meses, sino un año. Y el tiempo es parte de la eficacia de la terapia».
El informe del Defensor del Pueblo Atención psicológica en el Sistema Nacional de Salud, finalizado en enero de 2020 tras dos años de preguntas al Ministerio de Sanidad, dice que, de las 10 CCAA que dieron datos, la espera para ver a un psicólogo oscila entre los 26 días de Asturias o Andalucía y los 91 o 21 (dependiendo del centro) de Cantabria; los 45 de Castilla-La Mancha y los 61 de Galicia, Aragón o Baleares; los 53 de Navarra (sin diferenciar psicología y psiquiatría) y los 71 de la primera consulta y los 43 de la segunda de Murcia… Y que en ningún territorio hay un psicólogo a la semana.
– ¿Qué se puede hacer con un paciente al que se ve cada 45 días? – Ser creativo. Yo intervengo desde que saludo, porque he aprendido a trabajar a un ritmo potente y con menos tiempo del que quisiera. El cómo saludar, cómo callarse, reforzar, validar, tirar de recursos externos, como una lectura, un ejercicio… Todos mis pacientes tienen mi correo para que me escriban y yo procuro contestar. Tratamos de estar presentes aunque no lo estemos. El sistema nos obliga a exprimir nuestras habilidades terapéuticas.
El sistema es que alguien que va a su médico de cabecera con heridas Psicólogo clínico de la sanidad pública madrileña y miembro de ANPIR. En la foto, la semana pasada en el centro de Madrid, al término de una jornada en la que pasó consulta con 10 pacientes. mentales puede ser derivado al psicólogo o directamente empastillado. Según la OCDE, España es el tercer país de Europa en consumo de ansiolíticos y el cuarto en antidepresivos. Y según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, la campeona mundial de un ansiolítico en concreto: la benzodiacepina.
– En Atención Primaria, el abordaje es farmacológico. Lo entiendo porque son médicos, tienen las consultas llenas y no tienen formación específica en tratamiento psicológico. El paciente llega aquí con un fármaco puesto, algo que a veces no hubiera sido necesario y otras dificulta la intervención. Por ejemplo, en un duelo los antidepresivos no te dejan llorar. Apoyo los fármacos, pero el abordaje debe ser primero psicológico y en España lo hacemos al revés.
Nuria L. trabaja en RRHH de una multinacional y estrenó su huella clínica con una depresión a los 18 años. La vida se le fue complicando, quiso conciliar su maternidad y su trabajo «como la superwoman que quieren que seamos», desarrolló una obesidad mórbida y se sometió a cirugía bariátrica. Pero los chapoteos de la ansiedad la siguen salpicando. «Tenía esperanzas en el psiquiatra y la medicación, pero no funcionó. La psicoterapia era la única arma».
En 2019 Nuria llegó a Juan. «La consulta con Juan es estupenda. Ha usado todas las herramientas a su alcance para intentar cubrir mis necesidades. Voy cada tres o cuatro semanas y estoy tres cuartos de hora. Tengo su correo y a veces le escribo. Es más importante el feeling que la frecuencia, lo que no quita que de vez en cuando yo necesite más. Pero el sistema no permite a Juan subir la frecuencia. A veces he necesitado más consultas, pero me ha dado mie- He perdido pacientes que no hubiera perdido si el sistema fuera mejor. Hay que aumentar el personal, incluir a la psicología clínica en Atención Primaria y prevenir, en escuelas y empresas, con educación en manejo de emociones. En España hay inequidad: hay personas que pueden permitirse una consulta privada y otras que no. Y a los que no tienen recursos les damos menos calidad que a los que sí. Aquí tener un tratamiento psicológico de calidad depende más de tu bolsillo que de la gravedad del problema. Esto no puede pasar en un estado de Derecho. Y yo me siento un servidor público.
Ha pasado una semana desde que visitamos a Juan por primera vez.
– ¿Qué ocurrió con tu paciente ingresado en Urgencias? – Una sospecha de trombo que no fue tal. Trabajaremos qué supone para ella vivir en esa tensión.
Para saber más: http://mynmedia.mynews.es/intelligence/C2200217/document/13934/EMS202105110037/?fromEmail=True&idEnviament=140439