Salud mental y pandemia

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En los últimos tiempos, sucesivas informaciones y declaraciones de expertos alertan sobre las supuestas secuelas dramáticas de la pandemia covid sobre la salud mental: millones de personas angustiadas y deprimidas, incremento de suicidios, servicios desbordados, necesidad de recurrir a la sanidad privada por colapso de la pública o uso nunca visto de psicofármacos. Todo ello, sin dar un solo dato que fundamente estas afirmaciones, convirtiendo en enfermedad mental la pesadumbre por los desaires de la vida y olvidando que los servicios de salud mental se orientan preferentemente a las personas que padecen problemas graves y no al alivio de malestares originados por situaciones vitales más o menos dramáticas.

Desde el inicio de la crisis, augures más o menos acreditados anuncian una ola de patología psiquiátrica tras la covid-19. En primavera de 2020 ciertos expertos introdujeron la idea de una segunda ola de repercusiones emocionales y psicológicas tras la pandemia; en verano, la emergencia futura de sufrimiento sería la tercera ola; en invierno pasó a ser la cuarta. Ahora que se teme la cuarta ola de la enfermedad esos expertos vaticinarán una quinta ola de repercusiones psicológicas.

Pero la realidad es que en 2020 la red de salud mental de Bizkaia registró una reducción del 20% en sus primeras consultas y un descenso de 3.000 pacientes nuevos en relación con el año previo. En los momentos del confinamiento más duro la reducción en la accesibilidad a las consultas de Atención Primaria y Especializada pudo explicar este descenso, pero, a día de hoy, con consultas presenciales en los centros de salud mental desde hace diez meses, el número de nuevos contactos sigue por debajo de los de años previos. Y no solo por falta de personas con problemas relativamente leves, sino porque no llegan casos nuevos graves, como sucede también en otras especialidades. El problema no es la ola de malestar y fatiga pandémicas, sino saber dónde están los nuevos pacientes graves.

Quizás esa insistencia se deba a que los recursos públicos en salud mental son relativamente escasos y pueden ser mejorados, aunque los de Euskadi, pese a sus carencias, figuran entre los más dotados del Estado. Sin embargo, los argumentos esgrimidos no son sólidos. Se publicó que una experta anunció la inminencia de esa ola de malestar aduciendo que es lo que ha pasado siempre con las pandemias. El argumento, si está bien recogido, es sorprendente no solo porque las pandemias son un fenómeno infrecuente que no permite extraer conclusiones sobre la reacción de la población, sino porque esta es la primera de la historia que pueden estudiar en detalle los expertos en salud mental.

No menos llamativo es el alegato de un parlamentario que reclamó mejorar los servicios de salud mental relacionando la covid-19 con una elevada tasa de suicidio, pese a que no hay aún datos que permitan establecer tal asociación. También afirmó que el 65% de la población española tiene síntomas de ansiedad o depresión desde el inicio de la crisis, sin reparar en que habría sido más certera la tasa del 100%, ya que la ansiedad y la tristeza afectan a lo largo de la vida a toda persona. El temor, el hastío, la preocupación, el desánimo son reacciones humanas normales en una situación anómala que está prolongándose y que conlleva para algunas personas la muerte de seres queridos, la pérdida de trabajo o la inseguridad laboral. No son enfermizas y no deberían tener una respuesta sanitaria. Remitir a los servicios de salud mental la solución a la incertidumbre, la fatiga y la angustia por las condiciones socioeconómicas derivadas de una crisis imprevisible, y quizás mal gestionada, es cuando menos cuestionable. Las personas tenemos más capacidad de afrontamiento y resistencia psicológica que lo que parecen presumir algunos.

Esta estrategia para reivindicar servicios tiene consecuencias peligrosas, como psiquiatrizar reacciones humanas normales, convenciendo a la población de que su malestar precisa ayuda técnica que mitigue el malestar o la indignación suplantando el apoyo solidario de las personas cercanas. Asimismo, dedicar recursos a esas presuntas necesidades supone detraerlos de los dedicados a personas con trastornos mentales graves, un colectivo socialmente desfavorecido y con grandes dificultades para acceder a servicios y a ayuda. No olvidemos que los profesionales sabemos de enfermedades, de problemas graves de salud mental. De la vida y sus angustias, no más que cualquier otro ciudadano.

En esta época incierta, la responsabilidad de los profesionales y de los medios es la de dar una respuesta adecuada a las necesidades reales. En modo alguno amenazar reiteradamente con epidemias de sufrimiento psicológico que terminen de verdad desbordando los servicios de salud mental y los desvíen de sus prioridades asistenciales.

Para saber más: http://mynmedia.mynews.es/intelligence/C2200217/document/13934/GCE202104052084/?fromEmail=True&idEnviament=134879 

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