Suicidio: ¿Cuáles son las señales de alarma?
Jorge pasó por una situación personal complicada, que prefiere no desvelar. Sentía mucha angustia y le resultaba difícil poder sobrellevar su vida con entereza. Al no tener perspectiva de futuro, entró en una depresión. “Lo peor de las depresiones es que son una enfermedad que se desarrolla dentro de la cabeza… Y en silencio. Hasta el punto que llega a comerse la persona que había antes”, asegura. Inmerso en un callejón sin salida, tuvo pensamientos de quitarse la vida. Para él, la muerte es “parte natural de la vida: la última fase”, dice. Y otro día volvió a pensar lo mismo. Y así un largo tiempo. Suicidarse fue siempre un pensamiento recurrente en épocas difíciles. Hasta que un día lo intentó.
“Nunca pensé que pasar del pensamiento al intento fuera un paso realista. Siempre creí que todo se quedaría en una simple reflexión”, confiesa. Pero en ese preciso momento en que no veía ninguna otra opción que no fuera acabar con la vida, se percató de que ello también supondría terminar con la alegría. Un valioso segundo en el que apareció esa fuerza de las pequeñas cosas que, aunque el día se vea gris y todo pese, proporcionan una brizna de sosiego y una esperanza por difícil que parezca todo, por complicada y dura que sea la situación.
Lo que le pasó a Jorge –un nombre ficticio para que no se conozca su verdadera identidad– es más habitual de lo que la gente cree (o quiere creer). Y es que el suicidio o la tentativa de acabar con la vida sigue siendo aún, según los expertos, un tema tabú para la sociedad actual.
Las estadísticas, sin embargo, hablan por si solas: el suicidio es la primera causa de muerte entre las personas de 15 a 29 años en Catalunya por causas externas (es decir, accidentes de todo tipo). De hecho, el suicidio es la principal causa de muerte externa en todas las edades, según fuentes sanitarias. Y los expertos alertan de que las tentaciones de suicido se disparan con la pandemia.
La conducta suicida tiene, además, una multifactorialidad de causas. Hay factores individuales que tienen que ver con la persona, pero también razones socioeconómicas o sociodemográficas. “Muchas veces no podemos atribuir la presencia de la conducta suicida a una sola causa. Es una multiplicidad de factores los que confluyen en un momento determinado”, comenta esta experto, quien concreta que el aislamiento o la falta de apoyo social también es un factor asociado al incremento de la conducta suicida, así como la gente que no tiene trabajo o que está en paro.
En concreto, hay tres franjas de edad en los que se dan más conductas suicidas: entre jóvenes entorno a los 20 años, en adultos entre los 45 y 55 años, y a partir de los 70 años de edad. Tres picos que corresponden a crisis evolutivas del ciclo vital: la del adolescente que se hace adulto y ha de afrontar la vida, la crisis de mitad de la vida, y la crisis de la persona mayor con la pérdida de facultades que ello conlleva y como final de trayectoria.
En los jóvenes, sin embargo, aparecen dificultades añadidas. “La de gestionar la problemática y la de pedir ayuda. Es más difícil que ellos puedan hablar de un malestar que tienen y que pidan ayuda a un profesional o alguien de su entorno familiar y relacional. Y también confluye en ellos un factor de impulsividad, que es menos contenida que en otras etapas más maduras de la vida. La impulsividad es uno de los factores favorecedores de la conducta suicida”.
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